Putin en la diana de Trump: retórica y realpolitik
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha reconfigurado el mapa del poder internacional. Si durante su primer mandato (2017-2021) el expresidente mantuvo una relación ambivalente con Rusia y con Vladímir Putin, ahora su discurso parece virar hacia una confrontación simbólica, en la que el líder ruso aparece en el centro de la diana de la política exterior estadounidense.
De la ambigüedad a la confrontación
En su primera etapa, Trump fue acusado de mostrarse indulgente con el Kremlin. Sus palabras de admiración hacia Putin contrastaban con las sanciones impuestas por el Congreso y con el historial de tensiones de la OTAN. Este enfoque alimentó la percepción de que el magnate neoyorquino veía en Moscú un interlocutor menos hostil que Pekín o Bruselas.
Sin embargo, la narrativa actual muestra un giro. Putin se ha convertido en un blanco retórico: no solo como líder de un Estado rival, sino como símbolo de aquello contra lo que Washington debe reafirmar su autoridad.
La función del “enemigo
El uso de Putin como diana responde a varias lógicas:
Interna: proyectar firmeza frente a un adversario externo refuerza la imagen de un presidente que “protege” a Estados Unidos.
Externa: cohesionar a los aliados de la OTAN, mostrando a Rusia como amenaza común.
Comunicativa: simplificar un escenario complejo en una narrativa clara, con un antagonista fácilmente reconocible.
En este sentido, Putin desempeña el papel de “enemigo útil”: un recurso político que articula tanto la política exterior como la narrativa doméstica.
Riesgos estratégicos
No obstante, apuntar a Putin como blanco retórico entraña riesgos:
Escalada: la confrontación verbal puede derivar en dinámicas de tensión que alimenten la propaganda rusa.
Desviación: concentrar la atención en Moscú puede restar foco a China, considerado por muchos analistas como el verdadero competidor estratégico de EE. UU.
Polarización: dentro del propio país, la oposición puede acusar a Trump de incoherencia, recordando su anterior indulgencia hacia el Kremlin.
El hecho de situar a Putin en el centro de la diana de la política exterior norteamericana ilustra cómo las figuras internacionales se convierten en símbolos funcionales para la retórica política interna.
Más allá de las caricaturas, lo que está en juego es la capacidad de Washington para gestionar el equilibrio entre retórica y realidad, entre la necesidad de mostrar firmeza frente a Rusia y la urgencia de atender otros desafíos estratégicos globales.
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